Hay que salvar a los cóndores, no porque tengamos necesidad de ellos, sino porque, para salvarlos, nos es preciso desarrollar las cualidades humanas que precisaremos para salvarnos a nosotros mismos.

Mac Millan

miércoles, 7 de agosto de 2024

 


Dos carteros

 

  

 

Las cartas, la comunicación epistolar, las había de todo tipo, las que anunciaban un nacimiento, un bautizo, una boda o un recordatorio de fallecimiento. Pero también las burocráticas que nos comunicaban pagos impostergables. Las cartas de amor, las de citas. Las que nunca llegaban porque el control o los celos las destruían por el camino. Las que llegaban tarde, cuando todo había sucedido ya y no había vuelta atrás. Las que provenían de la guerra, anunciando lo peor, o la vuelta a casa. Las cartas juveniles, adolescentes, cargadas de magia y melancolía. Cada una tenía su motivo, o no, sólo se escribía por placer, por mantener el contacto con quienes queríamos.  

Años atrás antes de la suplantación tecnológica, yo escribía muchísimas cartas y recibía también. En los primeros tiempos de la emigración volaban semanalmente unas seis cartas. A medida que los años fueron pasando, la relación epistolar se fue espaciando cada vez más, y la fui sustituyendo primero por los correos electrónicos, y en los últimos años por la mensajería instantánea.  Las cartas de antaño llevaban consigo muchos elementos de nuestra cotidiana intimidad. Los mensajes electrónicos de hoy, se me antojan un poco más funcionales y ligeros sin la carga emocional de recibir en el buzón una carta o de enviarla y esperar semanas una respuesta. Todo se ha acelerado.

En 1945 vivía en Nagasaki un cartero, Sumiteru Taniguchi, tenía dieciséis años cuando el 9 de agosto de ese año el gobierno norteamericano decidió tirar la segunda bomba atómica sobre Japón. Un número de supervivientes de Hiroshima había sido trasladado a Nagasaki donde fueron nuevamente bombardeados.

Esa mañana a las 11:01 Sumiteru Taniguchi, iba en su bicicleta repartiendo cartas, por esas aglomeraciones urbanas de casas de madera, tradicionales en el Japón de la época y que resultaron una trampa mortal para la gran mayoría de los habitantes. Sólo los edificios de hormigón armado, ofrecieron cierto grado de protección. Cuando Sumiteru recuperó su ser, se encontró que la bicicleta había desaparecido absorbida por la radiación, una tenue sombra sobre el pavimento era todo lo que quedaba de ella. De su espalda colgaban trozos de piel, pero no sentía dolor, las terminaciones nerviosas habían sido destruidas por el calor. Los tratamientos adecuados para su recuperación recién llegaron en 1960, mientras padeció varios años de infecciones y otras enfermedades provocadas por la radiación. Nunca más pudo volver a repartir cartas. Falleció de cáncer el 30 de agosto de 2017. Su vida posterior a la bomba la dedicó al activismo por el desarme nuclear y la paz mundial.

El 24 de marzo de 2022, leo en un periódico digital la historia de los treinta trabajadores del Correo Argentino desaparecidos durante la dictadura entre 1976 y 1983. La historia de Tránsito Giménez, trabajador de Encotel, cartero también. Había nacido en la provincia de Entre Ríos, Argentina. Su actividad como cartero la realizaba en el barrio de Agronomía de la Capital Federal. El día del golpe de estado, 24 de marzo de 1976, Tránsito Giménez entró a trabajar en su sucursal de correo. Ese día Agentes de la Secretaría de Inteligencia del Estado (S.I.D.E.) que operaba bajo la dirección del Ejército, ocuparon la planta séptima del Correo Central, llevándose carretillas enteras de cartas y telegramas, para abrirlas y leerlas con la idea de ver en qué andaba la gente e identificar personas para luego actuar.

Tránsito Giménez fue secuestrado el 6 de abril de 1976 a la edad de 47 años en su domicilio de Balvanera (Capital Federal) y asesinado en la ruta provincial nº 24 a la altura de Moreno. El 12 de octubre de 1976 una carta a su familia comunica el despido por “inasistencia injustificada”. Para esa fecha Tránsito Giménez ha había sido asesinado y enterrado anónimamente unos meses antes. Su cuerpo permaneció desaparecido hasta la identificación en el cementerio de Moreno por el Equipo Argentino de Antropología Forense en el año 2010.

La dictadura militar en Argentina actuó como una bomba atómica sobre la ciudadanía, dejó un saldo de 30.000 desaparecidos, miles de exiliados, presos políticos y un daño social que aún no se ha reparado.

    La bomba que arrojó EEUU sobre Nagasaki mató en ese año a más de 30.000 personas dejando innumerables heridos y daños irreparables en la sociedad japonesa.

    Sumiteru Taniguchi y Tránsito Giménez, ambos carteros nacidos entre 1928-29 fueron víctimas de planes de exterminio pensados en un mismo país: EEUU.

    Nunca ese país pidió perdón a las víctimas… ni enviaron una carta.

martes, 6 de agosto de 2024

Mujeres en la era atómica

 


               



Durante la Segunda Guerra Mundial unas 10.000 jóvenes mujeres trabajaron, sin saberlo, enriqueciendo uranio en un laboratorio secreto del Departamento de Energía, que formaba parte del Proyecto Manhattan, que produciría el arma nuclear que el gobierno del presidente Truman arrojaría sobre Hiroshima.  Estas mujeres operaban los paneles de control de los “calutrones”, unas máquinas que se usaban para separar los isótopos de uranio y así poder enriquecerlo y usarlo como combustible nuclear. Ninguna de ellas supo del destino de su trabajo.



 



 

 

Yoshue Harada

Misako Kannabe

Tomoko Nakabayashi

Shigeko Niimoto​

Suzue Oshima

Shigeko Sasamori

Masako Tachibana

Hiroko Tasaka

Atsuko Yamamoto

Michiko Yamaoka

Miyoko Matsubara

Todas ellas supervivientes de Hiroshima formaron parte de un grupo de 25 mujeres conocido como las señoritas de Hiroshima (Genbaku otome), que viajaron en 1955 a los EEUU para someterse a cirugías reconstructivas. Sus rostros quedaron desfigurados por queloides fruto de las quemaduras. Asimismo, al sanar las quemaduras de sus manos, éstas quedaron semicerradas como si fuesen garras. Estas mujeres, así como otros afectados por la bomba A, fueron llamados hibakusha, que en japonés significa "expuestos a la explosión".

Después de la bomba EEUU vivía la “fiebre del átomo” todo el futuro se presentaba “atómico”, vehículos, electrodomésticos, la electricidad provendría de centrales nucleares…

El 5 de mayo de 1955, un grupo de 25 mujeres jóvenes viajó a Estados Unidos. El sobrenombre específico que recibió el grupo —las señoritas de Hiroshima— ganó popularidad cuando las jóvenes fueron llevadas al Hospital Monte Sinaí de Nueva York para someterlas a múltiples intervenciones de cirugía reconstructiva. Este muy difundido giro de los acontecimientos fue en gran parte obra de Cousins, defensor declarado del desarme nuclear. Tobitt y C. Frank Ortloff, de la Sociedad Religiosa de Amigos, se encargaron del "problema extremadamente sustancial de los cuidados extrahospitalarios".

Las señoritas de Hiroshima trascendieron el círculo médico de las operaciones para ser convocadas por medios de comunicación y la televisión. En el programa This is your life presentaron el 11 de mayo de 1955 a dos de las señoritas de Hiroshima, con sus rostros ocultos a la cámara. En total se hicieron 138 operaciones quirúrgicas a 25 mujeres durante los 18 meses que estuvieron en Estados Unidos.

Ninguna de las mujeres de Nagasaki, igualmente desfiguradas por el lanzamiento de la bomba Fat Man el 9 de agosto de 1945, estaban en el grupo. No existió una organización benéfica similar que se ocupara de las víctimas de Nagasaki.

Las mujeres del “calutrón” y las señoritas de Hiroshima, nunca se conocieron.

Los autores de la barbarie nunca fueron juzgados. Algunos como Robert A. Lewis copiloto del Enola Gay, que arrojó la bomba en Hiroshima llegó a exclamar:  “¡Dios mío! ¿Qué hemos hecho? ¿a cuánta gente hemos matado?” Paul Tibbets el comandante de la nave, nunca sintió remordimientos por el bombardeo atómico.

 

 

miércoles, 22 de abril de 2015

¿Y qué si colapsa la Civilización?

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Hace justo 22 años más de la mitad de los premios Nobel de ciencias y con ellos unos 1700 científicos de todo el Mundo firmaron un manifiesto no muy diferente al de Ultima Llamada. Lo denominaron Advertencia a la Humanidad. Estas eran algunas frases de aquel texto:

Los seres humanos y el mundo natural están en camino de colisión. Las actividades humanas hacen mucho daño, a menudo irreversible, sobre el medio ambiente y sobre fuentes de recursos naturales críticas. Si no se revisan, muchas de nuestras prácticas actuales ponen en serio riesgo el futuro que deseamos para la sociedad humana y los reinos animal y vegetal, y pueden alterar el mundo vivo de tal forma que seamos incapaces de sostener la vida en la manera que la conocemos ahora. Se necesitan urgentemente cambios fundamentales si es que queremos evitar nuestro presente camino de colisión…

No disponemos de más de una o unas pocas décadas para revertir los peligros que ahora tenemos si queremos evitar que el progreso de la humanidad quede enormemente disminuido

Si nuestros científicos tenían razón, entonces e tardi… Adio del passato (como diría Violetta en la Traviata), pues ya han pasado “una o unas pocas décadas”, y desde entonces se han acumulado las evidencias hacia el lado pesimista (caos climático, pérdida de biodiversidad, crisis energética, aumento de la desigualdad humana y un largo etc. lleno de nuevas y desagradables sorpresas). En vez de frenar y girar el volante del coche de Thelma y Louise hemos apretado aún más el acelerador, y el precipicio resultó ser el del Gran Cañón del Colorado.

Me gustaría hacer un ejercicio invitando al lector a que se sitúe en este como sí: Como sí el Colapso de esta Civilización fuera inevitable. Confesaré que en ese como sí llevo situado más de dos décadas y desde hace una década es el único como síque no descarto inmediatamente (qué remedio cuando mi investigación científica es básicamente trabajar críticamente, informe tras informe, sobre esos temas); así que permítame ayudarle a situarse en el Colapso en my way.

La caída de una civilización y el surgimiento de otras es un proceso tantas veces repetido en la Historia de la Humanidad que, pese a su drama local y temporal, parece casi un proceso “natural”. Es lógico dramatizar y asustarse con la desaparición de la civilización propia. Y más si esta se anuncia rápida: durante las décadas de este siglo, empezando desde YA. Además, al ser pocos los pueblos que no tienen nuestros imaginarios colectivos –véase el ejemplo de Jorge Riechmann sobre Bután o recuérdese a los bosquimanos-, puede decirse que nuestra Civilización es Global. Así que por primera vez en la historia colapso implica más de lo habitual. Da igual en ese sentido que uno sea un ciudadano más o menos privilegiado de un país europeo, o que viva en la Habana, San Paulo o Pionyang, o que esté “montando” el Estado Islámico en el antiguo Iraq o que esté luchando contra el Ébola en Liberia. Todos compartimos en mayor o menor grado imaginarios colectivos, mitos culturales y estructuras comunes, dos de ellas son el patriarcado (el machismo, vaya) y el progreso material tecnológico (ni los “medievales” islamistas radicales prescinden de hacer sus vídeos inhumanos o hablar por el móvil, y menos aún prescinden de la tecnología de las armas o de vender petróleo en el mercado negro).

En fin, todos vivimos en estructuras de desigualdad consustanciales a nuestra Civilización (no reformables sin cambiar de raíz nuestra cultura y por tanto la propia Civilización), sencillamente porque la definen; desigualdades que a escala Global pasan de hirientes:

  • - la desigualdad de género
  • - la desigualdad económica (y política y social)
  • - la desigualdad con la naturaleza

Desigualdades que se resumen en la desigualdad de Poder y la voluntad de ejercerlo desigualmente.

Esas desigualdades hacen que, desde el punto de vista emocional y filosófico, el fin de nuestra Civilización se previera ya por sensibles artistas y filósofos hace más de un siglo. Desde hace relativamente poco (cuatro o cinco décadas) -¡cuánto hemos tardado!- la razón científica se une a ellos con la única ventaja de la certeza que dan los números. Pues bien, cuando uno está mentalmente en la inevitabilidad del Colapso uno se pregunta: ¿Y qué?

Vale que ha sido una Civilización que ha creado la 9ª sinfonía de Beethoven y la teoría del Big Bang. Y valen muchos otros “avances”. Pero ha sido y es a costa de tantos desgarros humanos y no humanos que bien podríamos gritar con alegría:¡La Civilización ha muerto! ¡Viva la Civilización! Pues la mayoría queremos (es consustancial también al ser humano) una Civilización en equidad que no discrimine por sexos, en la que la brecha ricos-pobres se reduzca, y en el que la guerra hacia la biosfera se convierta en amor. Hoy sabemos (algunos pocos) que no va a ser desde esta Civilización, pues son las desigualdades que ésta ha creado las que están acabando con ella. La reforma, cualquier reforma, no solo llega tarde, es que resultó que era imposible.

Las próximas décadas van a ser las de una disminución profunda del “Progreso” material de la humanidad, con todas sus implicaciones. El fin de Civilización va a suponer guerras regionales y quizás mundiales por “recursos naturales” o estupideces varias, pandemias incontroladas, hambrunas, intentos neofeudales de los poderosos de turno (esto es importantísimo, pues veremos cómo el poder luchará con todas sus armas –ya lo está haciendo por ejemplo nuestro gobierno- para mantener la Civilización (y sus desigualdades) a toda costa, lo que profundizará el colapso-), disminución de la población en miles de millones respecto al máximo histórico, abandono de residuos a su albur (¿a quién se le ocurre dejar gases de efecto invernadero que subirán el nivel del mar durante milenios?, ¿a quién se le ocurre dejar residuos radiactivos y centrales nucleares peligrosos durante 100000 años?, ¿a quién se le ocurre perturbar y distorsionar la Historia natural de la vida –¡la 6ª extinción masiva!- durante millones de años, cuando era obvio que esta civilización no iba a sobrevivir más que unas centurias?). Tragedia, muchas tragedias que no evitaremos muchas veces, por muchas heroínas anónimas que surjan y que, sin duda, necesitaremos.

Lo cierto es que el drama puede dar lugar a la catarsis. El colapso dará lugar a nuevas civilizaciones que ninguno llegaremos a conocer. ¿Y qué? Seamos generosos con los bisnietos de nuestros bisnietos. Paciencia. En esas nuevas civilizaciones, serán necesarios, más que nunca, esos sentimientos, filosofías, movimientos políticos y sociales, espiritualidad y humanismos que llevamos intentando muchas décadas precisamente para evitar aquellas desigualdades que nos han conducido al borde del acantilado (tecnologías frugales, ciudades en transición, objeción de conciencia, 0.7%, 15M, y ese largo etc. de “ismos”: pacifismo, feminismo, ecologismo, anarquismo…). De hecho, es nuestra responsabilidad ser optimistas hacia ese futuro, o ni siquiera habrá ningún futuro.

Por mi parte sí me gustaría que “El Oráculo de Gaia”, Gödel, Escher y Bach y la teoría cuántica sobrevivieran en esas civilizaciones, y lucharé por ello pacíficamente. Y, sobre todo, que aumentase la capacidad de compasión, solidaridad y amor durante el colapso, la posterior transición y finalmente el surgimiento de aquellas culturas y humanos de las civilizaciones del futuro. Y si el lector es como el dibujo animado, aún inconsciente de que está flotando encima del barranco, ya se dará cuenta, como pasa siempre. Y si el lector cree saber que aún estamos a tiempo de frenar, y soy yo el que me equivoco (y conmigo muchos científicos), supongo que en todo caso estará de acuerdo con que logremos aumentar la capacidad de compasión, de solidaridad y de amor.

 

CARLOS DE CASTRO CARRANZA

viernes, 24 de enero de 2014

La voz del viento

Otro mundo es posible
El cambio está en cada una de las personas que no aceptan el sistema que han diseñado para nosotras y el planeta. han roto nuestra conexión mas primitiva con la Tierra.
Decrecimiento.

                       

viernes, 28 de junio de 2013

El Hombre que plantaba árboles

mas INFO: https://docs.google.com/viewer?url=http%3A%2F%2Fwww.paulownia.ws%2Fpaulownia%2FJEAN%2520GIONO_el%2520hombre%2520que%2520plantaba%2520arboles.pdf

Bella historia es del autor francés Jean Giono, publicado en 1953. Cuenta la historia de los esfuerzos de un pastor para convertir un desolado valle en las estribaciones de los Alpes cerca de Provenza en un bosque a lo largo de la primera mitad del siglo XX.