Hay que salvar a los cóndores, no porque tengamos necesidad de ellos, sino porque, para salvarlos, nos es preciso desarrollar las cualidades humanas que precisaremos para salvarnos a nosotros mismos.

Mac Millan

miércoles, 5 de octubre de 2011

Un vistazo tentativo a la resiliencia


Título original: "THE TRANSITION HANDBOOK"

Autor: Rob Hopkins

Traducción: Bárbara Erak (El Bolsón, Argentina)

El concepto de resiliencia es central para este libro, familiar para los ecologistas pero no tanto para el resto de nosotros. Resiliencia se refiere a la habilidad de un sistema, desde personas individuales hasta economías enteras, para mantenerse unido y sostener su capacidad de funcionamiento frente a cambios o impactos del exterior. Este libro, el manual de la transición, argumenta que en nuestros esfuerzos actuales (y largamente postergados) de recortar drásticamente las emisiones de carbono, debemos darle igual importancia a la construcción, o mejor dicho, a la reconstrucción de la resiliencia. De hecho, sostendré que reducir las emisiones sin reconstruir la resiliencia es a la larga en vano.  Pero ¿cómo se ve realmente la resiliencia?

En 1990, visité el Valle de Hunza en el norte de Pakistán, que hasta la apertura de la Carretera del Karakorum en 1978 había estado casi completamente aislado del mundo exterior. Cuando hice la visita no sabía nada sobre permacultura o el concepto de resiliencia, o aun acerca de alimentación, ni cultivos, ni del medio ambiente, pero cuando llegué supe que se trataba de un lugar extraordinario.

Encontré una cita en un libro que leí cuando viajaba hacia Hunza (ya no recuerdo el título): “Si en la Tierra hay un jardín de felicidad, es este, es este, es este.” Fueron palabras que resonaron en mi cabeza muchas veces durante las dos semanas en Hunza. Aquí había una sociedad que vivía dentro de sus límites y que había desarrollado un simple pero sorprendentemente sofisticado modo de hacerlo. Todos los residuos, incluidos los desechos humanos, eran cuidadosamente compostados y devueltos a la tierra. Las terrazas que habían sido construidas en las laderas por siglos, se irrigaban a través de una red de canales que traían agua rica en minerales del glaciar hacia los campos, con increíble precisión.

Había árboles de damasco por todas partes, y también cerezos, manzanos, almendros y otros árboles frutales. Alrededor y más allá de los árboles, crecían papas, cebada, trigo y otras hortalizas. Los campos estaban ordenados pero no reglamentados. Las plantas crecían en pequeños bloques, en vez de grandes monocultivos. Estando en la ladera de una montaña, invariablemente había que subir y bajar las colinas, y pronto comencé a sentir el estado físico por el cual son famosos los habitantes de Hunza. Los senderos estaban cercados por muros bajos de piedra seca y diseñados para personas y animales, no para automóviles. 

La gente siempre parecía tener tiempo para detenerse y conversar y para estar con los niños, que corrían descalzos y polvorientos por los campos. Se cosechaban los damascos y se ponían a secar sobre los techos de las casas, una visión deslumbrante en la montaña al brillo del sol. Las construcciones eran de ladrillos de barro fabricados localmente, cálidas en invierno y frescas en verano. Y siempre estaba el majestuoso esplendor de las imponentes alturas montañosas. Hunza es, en términos simples, el lugar más bello, apacible, feliz y abundante que jamás he visitado desde entonces.

Secaderos de damascos en los techos de Hunza   Un dibujo del cuaderno de bosquejos del autor. Agosto de 1990

En esa época yo era artista y pasaba los días con el cuaderno de bosquejos en la mano, vagando por los campos, senderos y terrazas, maravillado por la luz y el color, muchas horas trabajando en un solo dibujo y en un vano intento de tratar de representar la belleza que veía frente a mí.

Si en ese tiempo Hunza hubiera sido separada del mundo y de sus carreteras de camiones cargados con mercaderías, se las habría arreglado bien. Si hubiera habido una depresión o hasta un colapso de la economía global, habría tenido poco impacto en el Valle de Hunza. La gente era resiliente, feliz, saludable, y con un fuerte sentido de comunidad.

No intento hacerme el romántico ni idealizarlo, pero hubo algo que vislumbré cuando estuve en Hunza, que resonaba con una profunda memoria genética en algún lugar dentro de mí. Crecí en Inglaterra en lo mejor de la fiesta del combustible fósil, en una cultura que incesantemente trataba de borrar todo rastro de resiliencia y desechar la sola idea en cada oportunidad, mostrando a la gente del campo como estúpida, a lo tradicional como “pasado de moda”, y al crecimiento y al “progreso” como inevitables. En este remoto valle, sentí un anhelo por algo que no podía tocar con mis dedos, pero que ahora veo que es resiliente: una cultura basada en su capacidad para funcionar indefinidamente, para vivir dentro de sus límites y prosperar por así haberlo hecho.

Sin embargo, aún entonces, en 1990, las cosas estaban comenzando a cambiar. Cuando estuve allí, bolsas vacías de fertilizante nitrogenado se veían en los campos. Estaban apareciendo bolsas de cemento así como alimentos de azúcar refinada y bebidas gaseosas. El proceso de minar esa resiliencia había comenzado de verdad, tal como había sucedido en muchos lugares del mundo, y continúa a un ritmo frenético. No he vuelto desde entonces, así que no puedo ofrecer una actualización, pero me sorprendería mucho si la dirección del cambio se hubiera enfocado en la preservación de la capacidad del valle para sustentarse a sí mismo. En verdad, por la cantidad de avisos en Internet de lugares que venden la “producción Hunza”, parece que ha cambiado hacia una economía impulsada por las exportaciones.

Las fuerzas convergen muy rápido y hacen que la elección de conservar y aumentar nuestra resiliencia -en lugar de permitir que se derrumbe- sea mucho más que una mera discusión filosófica. Ya no es más un caso de si deberíamos estar cuestionando las fuerzas de la globalización económica porque son injustas, sin equidad o voraces destructoras de entornos y culturas. En cambio, se trata de mirar el talón de Aquiles de la globalización económica y su grado de dependencia del petróleo, ante la cual no hay otra protección que la resiliencia. El mismo concepto de la globalización económica sólo fue posible gracias a los combustibles líquidos fósiles baratos, para los que no hay sustitutos adecuados en la escala en que los usamos. El paso hacia formas de de vida más locales, productivas y eficientes en términos de energía no es una elección, sino una dirección inevitable para la humanidad.

El Manual de la Transición es más que un simple libro de problemas e ideas. Es sobre soluciones y sobre el Modelo de la Transición, que yo creo que se va a convertir en los cimientos para uno de los movimientos sociales, políticos y culturales más importantes del siglo XXI. Me gustaría ofrecerles un pequeño ejemplo:

Es una agradable noche de Marzo en la pequeña ciudad de Totnes, en Devon (Sur de Inglaterra). Alrededor de 160 personas llenan los bancos de la Iglesia St. John en un evento llamado “Moneda local, habilidades locales, poder local”. El evento es llevado a cabo por TTT (Transition Town Totnes: Totnes Pueblo en Transisión), la primera iniciativa de transición del Reino Unido, y el mismo encuentro es algo así como un logro: 160 personas asistiendo a un evento sobre economía, un tema que generalmente logra que la gente se mantenga adherida a su sillón, con más eficiencia que un súper pegamento.

A cada persona se le daba al llegar una Libra Totnes, uno de los 300 billetes producidos por TTT como prueba piloto para ver cómo sería recibida una moneda impresa en la ciudad. Una cara era una réplica de un billete bancario de Totnes de 1810, impreso en la época en que los bancos de Totnes emitían su propia moneda, y que fue hallado un mes antes en la pared de un director de cine local. Comienzo mi introducción al evento y presento al orador, e invito a cada uno de la audiencia a agitar sus libras en el aire: Es toda una visión. Ciento sesenta personas, Libra en mano, iniciando el poderoso viaje de contar nuevas historias sobre el dinero, y también sobre el futuro, sus posibilidades y su interdependencia como comunidad.

Contar historias es central para este libro. Podrías pensarlo como una historia en sí mismo: La historia del surgimiento del Movimiento de Transición, del más importante proyecto de investigación que tiene lugar en el Reino Unido en este momento. Sin embargo es más profundo que eso. Nuestra cultura es apuntalada por varias historias, mitos culturales que todos damos por sentado: Que en el futuro habrá más abundancia que en el presente, que el crecimiento económico puede continuar en forma indefinida, que nos hemos convertido en una sociedad tan individualista que cualquier objetivo en común es impensable, que las posesiones pueden hacerte feliz, y que la globalización económica es un proceso inevitable al que todos hemos dado nuestro consentimiento. Como veremos, estas son todas historias profundamente engañosas y realmente dañinas para los desafíos que enfrentaremos más rápido de lo que pensamos. Necesitamos nuevas historias que pinten nuevas posibilidades, ese restablecimiento donde nos vemos a nosotros mismos en relación al mundo que nos rodea, que nos seduce a mirar los cambios que tenemos por delante, anticipándonos a sus posibilidades, y que finalmente nos darán la fuerza para emerger en el otro extremo dentro de un nuevo y esperanzador mundo.

Mientras estaba allí de pie frente a esa sala llena de gente que reía, saltaba y agitaba sus Libras Totnes, me sentí muy conmovido, hay una fuerza aquí, pensé, que ha permanecido por mucho tiempo desaprovechada. Seguramente cuando pensamos en el pico del petróleo y el cambio climático, deberíamos sentirnos horrorizados, con miedo, abrumados. Sin embargo allí había un salón lleno de gente que estaba positivamente entusiasmada, aún enfrentándose cara a cara con las amenazas gemelas del pico del petróleo y el cambio climático.

¿Cómo se verían las campañas ambientales si nos esforzáramos en generar este sentimiento de exaltación en vez de la culpa, la ira y el horror que la mayoría de las campañas invocan? ¿Cómo se vería si lucháramos por inspirar, entusiasmar y enfocarnos en posibilidades en vez de probabilidades? Todavía no lo sabemos con seguridad, pero el Movimiento de Transición es un intento de diseñar muchos caminos bajando desde el pico del petróleo, para generar nuevas historias sobre lo que nos podría esperar al final de nuestro descenso, y volver a colocar la construcción de la resiliencia en el corazón de cualquier plan que hagamos para el futuro.

Las Iniciativas de Transición no son la única respuesta al pico del petróleo y al cambio climático, cualquier respuesta nacional coherente también necesitará respuestas empresariales y del gobierno en todos los niveles. Sin embargo, a menos que podamos crear este sentido de anticipación, entusiasmo y llamado colectivo a la aventura en una escala más amplia, cualquier respuesta del gobierno estará condenada al fracaso, o deberá batallar prolongadamente contra la voluntad de la gente. Imaginen si hubiera una forma de crear tal sentido de compromiso positivo y nuevos relatos de historias en una escala comarcal y hasta nacional... Este libro es una exploración de ese potencial, una inmersión en las posibilidades del optimismo aplicado, y la introducción a un movimiento que crece tan rápido, que para cuando estén leyendo este libro será mayor todavía.

El tiempo de ver la globalización como una bestia monstruosa, invencible e inexpugnable, o la vuelta a lo local como una especie de elección de estilo de vida, ha terminado. El fin de la Era del Petróleo barato se nos está viniendo rápidamente encima, y la vida cambiará radicalmente, nos guste o no. Este libro representa una nueva forma de mirar a lo que nos pueda deparar el futuro, argumentando que si respondemos en forma proactiva en vez de reactiva, aún podemos dar forma y modelar ese futuro dentro del contexto del veloz cambio energético, de tal modo que termine siendo preferible al presente.

La reconstrucción de la agricultura, la producción alimentaria y la generación local de la energía, el repensar el cuidado de la salud, el redescubrimiento de nuevos materiales de construcción locales en el contexto de una edificación con energía cero, repensar cómo manejamos los desechos, todo construye resiliencia y ofrece el potencial de un extraordinario renacimiento económico, cultural y espiritual. No tengo miedo a un mundo con menos consumismo, menos “cosas” y sin crecimiento económico. En realidad, más me asusta lo contrario: que el proceso que llevó las bolsas de fertilizantes a la mayoría de los campos fértiles que nunca pisaré, aún continúa reduciendo la capacidad de las comunidades para autosustentarse, más allá del breve y transitorio intervalo histórico en que la industria podía convertir el gas natural en fertilizante, y cuando el automóvil era el rey.

Este no es un libro sobre lo espantoso que puede llegar a ser el futuro; es más bien una invitación a unirse a los cientos de comunidades alrededor del mundo que están encaminados a convertir en realidad un futuro nutritivo y abundante.

Rob Hopkins

Dartington, Inglaterra (2008)

El Manual de la Transición : https://sites.google.com/site/sinpetroleo/biblioteca/handbook

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